Ayer se conmemoró el Día Mundial del Paludismo o Malaria, y la fecha fue aprovechada por la Organización Mundial de la Salud para reiterar su llamado para luchar colectivamente por un mundo libre de la enfermedad.
Su vigencia es importante como problemática global de la salud, con especial impacto en las sociedades de países pobres. Durante 2020 se registraron en todo el mundo 241 millones de casos de malaria, según el informe de la OMS, que estimó que murieron 627.000 personas en ese lapso de tiempo.
El año pasado, el organismo multilateral aprobó la primera vacuna contra el mal, pero el cambio climático y el aumento de la temperatura facilitan su propagación a áreas donde nunca tuvo presencia a partir de la expansión territorial de su vector de transmisión: el mosquito portador del parásito de la malaria.
Junto al incremento de las temperaturas, también incidirían en el aumento del área de contagios los cambios en los ciclos de lluvias y la humedad e incluso condiciones de sequía que pueden provocar un crecimiento más rápido de mosquitos en zonas del Caribe y en Brasil, a partir del almacenamiento de agua en tachos en las casas para cuando falte, lo que se puede convertir en un criadero de los vectores.
Los primeros síntomas comunes (fiebre, dolor de cabeza, escalofríos y vómitos) suelen aparecer 10 a 15 días después de que se haya producido la infección. De no ser tratado, el paludismo por P. falciparum puede desembocar en un cuadro clínico grave y causar la muerte en 24 horas, según la OMS.
La OMS anunció recientemente que más de un millón de niños en Ghana, Kenia y Malawi ya recibieron una o más dosis de la primera vacuna RTS,S/AS01 (RTS,S) contra la malaria, gracias a un programa piloto coordinado por esa organización. Las primeras pruebas demostraron que es segura y factible de administrar, y que reduce sustancialmente la mortalidad. El objetivo es reducir la incidencia de casos en al menos el 90% y eliminarla en 35 países para 2030.